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En este blog intento compartir mis letras. Ellas conjugan mi experiencia de vida, de trabajo, mis sueños y mis deseos.

Confío en que podré generar un espacio de intercambio entre Uds. y yo, que medie la distancia y nos abrace en esta relación maravillosa que se da entre escritores y lectores.

Mi nombre es Nancy Graciela Nasr, y aquí les presento mi pasión...

sábado, 27 de enero de 2018

Pendiendo de un hilo.


La habitación estaba a oscuras y con  hedor a encierro y  heces… sus propias heces. A pesar de la oscuridad tenía memorizados la cantidad de pasos que daba su captor cuando le alcanzaba comida. Con seis pasos a la izquierda debería encontrar  algo así como una cortina o tapa puerta que sonaba a junco o paja mojada y que producía  un ruido seco, muy apagado, cuando él la dejaba caer luego de haber pasado. Eso es bueno, pensó, no hay puerta ni cerradura. Solo había distinguido una sola persona, el cuidador, al que escuchaba resoplar  dormido cuando el aburrimiento descorría sus párpados con el correr de las horas largas y muertas como el tiempo que llevaba cautivo. Cuánto haría que estaba allí?.  Ya no discriminaba entre día y noche eran  horas y horas sentado acostado tumbado en una especie de catre a ras del piso con cartones y trapos  que olían a comida de animales.
Lo intentaría… no sabía si resultaría pero no aguantaba más el cautiverio. Sintió sus muñecas sueltas, deshinchadas y pergeñó en su cerebro la posibilidad de escapar.  Quedarse y morir  sería lo mismo, haría cualquier cosa antes de continuar con ese encierro.
Sentado en el suelo giró para alcanzar el cuenco  del mejunje que le daban por comida, lo volcó sobre sus manos y la grasa le sirvió de lubricante para, con un poco de esfuerzo, deslizarlas por entre la soga que las amarraba tras la espalda.
Ya no sabía cuántos días habrían pasado desde que fue golpeado y arrastrado hasta un auto, encapuchado y tirado en el piso del mismo, rumbo a no sabe dónde. Por eso debía intentar algo, algo que quiebre esta sensación de estar velando su propia muerte. Algo que rompiera esa monotonía que hacia anidar en su cabeza el peor de los finales.
En la oscuridad completa a la que estaba sometido, el oído y el olfato se agudizaron compensando el déficit visual.  Afuera pocos ruidos de ciudad, solo un sonido rítmico que aparecía cada tanto, pero regularmente… un tren, se aventuró a pensar. El resto parecía más bien un descampado, con sonidos de pastizales movidos por el viento e insectos nocturnos, de día, algunos pájaros y perros completaban el espectro sonoro.
Sabía  que correr quizás no sería suficiente… pero no quedaba alternativa. La posibilidad de un rescate era nula, su familia no poseía  dinero. 
Maldita la hora que aceptó el jueguito que le propuso su amigo de suplantarlo  en la cita a ciegas con aquella mujer. Al saber que no era quien creían lo matarían sin miramientos.
La única salida sería escapar. Nadie sabía que estaba allí, su familia, no notaría su ausencia, porque para ellos estaba de viaje.  Solo quedaba correr y no volver la vista atrás, soñando ser  invisible e inaudible y de tanto soñarlo y pensarlo… creerlo y lograrlo.
Llegó el momento, manos y piernas liberadas, se sacó la capucha lentamente… aunque todo estaba oscuro se escuchaba los resoplidos de su captor dormido. Aún sin ver recordó los seis pasos a la izquierda, lo hizo estiró la mano y sintió en sus yemas la textura de junco de una cortina la levantó con tanta mala suerte que parte de ella pegó en su guardián. Sin intentar ver con el reflejo nocturno que entraba por la ventana echó a correr, correr a más no poder, con todo su esfuerzo y aún hasta perder el aliento.
Debió sobreponerse al dolor de sus músculos que resistían responder a la corrida por haber estado tumbado tanto tiempo, eterno tiempo…
Corrió y corrió sin mirar atrás. El revuelo de los ladridos de unos perros a lo lejos le indicó la dirección a tomar para pedir refugio o auxilio.
Correr, correr, para acabar con esa pesadilla, sabía que su vida pendía de un hilo.  Mientras lo hacía pensaba si sería posible borrar de su mente el recuerdo de ese lugar, tan sórdido, húmedo y oscuro. O aquellos momentos donde el dolor de los golpes recibidos disputaba la premier con el hambre.  Corría y corría y en tanto  corría llevado por esos pensamientos, el sonido de un chasquido sordo seguido de una explosión se coló en su mente y en fracciones de segundos lo alcanzó.
Mientras un líquido tibio descendía por su espalda  cayó de rodillas y luego de bruces al suelo, un silencio de muerte cortó la noche y fue un olor a hierba el que bañó su último pensamiento… “pendiendo de un hilo hasta llegar al horizonte o morir en el intento”.

Nancy Nasr

27/01/2018.-

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