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Corría
desesperada no podía entender qué había pasado, las cuadras que la separaban de
su casa eran apenas diez, pero le parecían cien, cientos, miles. Al
recibir la noticia por teléfono no pudo reaccionar. María, su doméstica, le
hablaba y sentía su voz que se alejaba, como si estuviera detrás de una
burbuja. Las palabras entraban en su cabeza para alojarse luego en su corazón,
y transformarse en un parche que redobla sin cesar, en una marcha alocada que
no le da respiro.